Los destellos salpicaban la cámara del Depósito de plasma de
Naboo. Tres usuarios de la Fuerza chocaban sus sables de luz. Un maestro, su
padawan, y un enemigo que no se había revelado en mil años, una fuerza oculta,
una amenaza fantasma. En cierto momento del duelo, el Lord Sith, Maul, pateó al
padawan Obi-Wan Kenobi al vacío, aturdiéndole, y dejando solo a su maestro.
Qui-Gon empujó también a Darth Maul, pero aun así, no le dio tiempo a regresar
a Obi-Wan. Qui-Gon hacia retroceder a Darth Maul, pero Obi-Wan todavía no
alcanzaba a su maestro. Qui-Gon chocaba con una intensidad nunca antes vista su
espada de luz, contra el sable doble de su oponente. Se echó para atrás para
coger fuerza en su siguiente impacto, cuando en el pasillo estrecho en el que
peleaban un sonido sonó. Inmediatamente, un campo láser de energía separó al
Jedi del Sith. Qui-Gon observó la cara de sorpresa de Darth Maul, apago su espada
y después escuchó el mismo sonido propagarse hacia atrás. Ni siquiera tuvo que
girarse para ver que sería separado de nuevo de su padawan. El Lord Sith
intentó atravesar el muro láser con su sable de luz, sin éxito, y apagó su
sable de luz doble. Sin embargo, eso ya no fue escuchado por Qui-Gon, al igual
que el momento en el que el padawan desactivó la espada de luz. Qui-Gon se puso
de rodillas y cerró los ojos.
Darth Maul, el aprendiz Sith, vio como Qui-Gon se arrodillaba y cerraba los ojos. Lo había estudiado todo acerca de él y su padawan, como su estilo de combate, sus puntos débiles, sus habilidades, sus pensamientos sobre la Fuerza, su historial… Todo ello gracias a unos archivos que su maestro le dejaba. Aunque ya había matado a varios Jedi antes, Qui-Gon era, de momento, el más complicado con el que tenía que lidiar. Era tan sabio y poderoso, que incluso le habían ofrecido un puesto en el Consejo, pero increíblemente lo negó. Maul no sabía porque, no sabía como un Jedi podía estar en desacuerdo de su rígida y prohibitiva Orden, sin querer unirse a la oscuridad y descubrir los secretos más profundos de la Fuerza. Pero no era el caso de Qui-Gon Jinn. Maul había estudiado el interior de su mente muchas veces, la primera de ellas en el desierto de Tatooine, y lo único que veía en su alma era luz pura, desinterés, compasión, armonía, conocimiento, paz, serenidad, armonía, la Fuerza misma estaba con él. Prácticamente su interior era el Código Jedi en su máxima expresión. Por eso, no comprendía porque los Archivos le describían como un rebelde, incluso como un posible Jedi Gris. En todo caso, en plena batalla, pese al parón momentáneo, eso no importaba. Maul únicamente esperaba con impaciencia que las puertas láser se abrieras, para asesinar primero al maestro y luego al aprendiz, y así conseguir un gran alabo de su maestro, y seguir formando parte de los planes de los Sith, para hacerse cada vez más poderoso, y llegado el momento, traicionar a su maestro, y hacerse con el poder de los Sith. Todo iría como lo deseaba. Solo tenían que abrirse esas puertas, y su camino a la gloria comenzaría. Mientras esperaba, observaba con su diabólica mirada a su próxima víctima, mientras giraba de un lado al otro, como si se tratara de un ave rapaz de Dathomir. Dathomir, su mundo natal… Un mar de recuerdos le nubló la mente. Recordó el día en el que fue entregado a Darth Sidious. En ese momento era tan pequeño que una persona normal no hubiera tenido la capacidad de recordar, pero Maul recordaba el momento en visiones. Recordó su entrenamiento Sith, su tortura. A veces se preguntaba la vida que pudo haber llevado. Se dio cuenta de que debía centrarse en su objetivo, y volvió a su realidad. Qui-Gon seguía arrodillado, pareciendo meditar. Por un momento, Maul temió que Qui-Gon estuviera practicando la meditación de batalla. Había estudiado mucho sobre ese poder, que incrementaba la habilidad de los aliados y su moral en batalla. Sin embargo, tras observar su entorno, no percibió ninguna alteración. No estaba influyendo a su padawan con la Fuerza. Entonces, ¿qué estaba haciendo el Jedi? No podía percibir nada con la Fuerza en el interior de la mente de Qui-Gon, no había leído de esto en los archivos. En todo caso, no importaba. Pronto, la victoria sería suya. Lo que Darth Maul no sabía, era que seguiría sin saber lo que estaba haciendo Qui-Gon en ese momento, incluso si le hubiera preguntado a su padawan o al mismísimo Maestro Yoda en persona.
-Mostradme vuestra voluntad- dijo Qui-Gon. Alrededor del
maestro Jedi, no había nada, y el tiempo pareció detenerse. No era la primera
vez que hacía algo así, pero sí la primera vez que lo hacía en plena batalla,
en un momento de clímax. Qui-Gon estaba hablando con la mismísima Fuerza. No
sabía si con los Diarios de los Whills, con los chamanes de la Fuerza, con la
familia de Mortis, con los lejanos, con los midiclorianos, con la Fuerza Viva o
con la Fuerza Cósmica. Quizá con todos al mismo tiempo. En todo caso no
importaba. Era la Fuerza, la energía más pura del universo, y a la que un Jedi
servía. O la que solía servir. Durante su vida, había estado en muchas
misiones. Había entrenado a tres aprendices, Feemor, Xanatos y ahora Obi-Wan.
Feemor alcanzó con éxito su objetivo, y se convirtió en Caballero Jedi. No se
podía decir lo mismo de Xanatos. Xanatos. Su caída al lado oscuro, su fracaso,
fue la prueba del ocaso de los Jedi, como ellos preferían servir a una
decadente República, en vez de a la voluntad de la Fuerza. Las siguientes
misiones no ayudarían. El maestro de Qui-Gon ya estaba con pie y medio fuera de
la Orden Jedi. Ya prácticamente era un hecho que los Jedi se habían corrompido.
Sin embargo, decir eso delante de los Jedi, podía hacer que fueras víctima de
insultos, desde ser llamado Jedi Gris, hasta ser denominado como hereje, Maestro
Perdido. Desobedecer al Consejo no tenía un buen historial en la Orden.
Personas como Xendor, Ajunta Pall, Exar Kun, Ulic Qel-Droma, Darth Revan, Darth
Malak y Darth Ruin, todos ellos usuarios del reverso tenebroso de la Fuerza,
habían surgido de esa misma rebeldía. Sin embargo, Qui-Gon sabía que, para
cumplir el objetivo de un Jedi, debías desobedecer al Consejo, para escuchar a
otra voluntad mucho mayor, la de la Fuerza. Gracias a que no hizo caso al
Consejo, y sí a la Fuerza, él había descubierto algo que podía salvar a la
Orden.
Muchísimos de estos
pensamientos pasaban por la mente de Qui-Gon Jinn. Sin embargo, todavía no
había conseguido su objetivo. Volvió a hablar.
-Mostradme vuestra voluntad- dijo, prácticamente como una súplica, un petición.
Entonces, un ruido sordo se escuchó. Por un momento, Qui-Gon pensó que las puertas láser empezarían a abrirse, y que la batalla continuaría. Pero no era así. No percibía nada más que la incertidumbre de su rival, así como de su padawan, sobre lo que ocurriría en pocos segundos, quizás incluso minutos. Volvió a escuchar ese sonido sordo, como un ronquido, y empezó a ver una luz blanca destacar en un fondo negro. Y una sombra negra se levantaba de una especie de mesa en la que estaba tendido. Qui-Gon al fin pudo interpretar el sonido: era una escalofriante respiración mecánica. Y vio a una máscara, junto con un diabólico traje, alzarse sobre una mesa.
Cuando la sombra parecía levantarse, vio en ese momento una cara asustada, una cara que reconoció bien. Era la de su antiguo maestro, Dooku. Le observó arrodillado ante una cara algo familiar, una cara que Qui-Gon reconoció, era la de Anakin. En ese momento, la cabeza cayó al suelo, separada de su cuerpo.
En ese momento, la cabeza se transformó en una persona. Era Anakin Skywalker, quien caía a los mismísimos infiernos de un volcán, después de haber sido desmembrado por otra cara reconocible, la de su padawan, Obi-Wan Kenobi, quien le gritaba lo que podía haber sido, y lo que nunca sería, mientras Anakin era devorado por el fuego mismo. En ese momento, y tras unir todas las piezas y asumir que Anakin un día se convertiría en ese ser diabólico que había visto, fue el momento en el que más se preocupó Qui-Gon Jinn. Temía haberse equivocado, y haber estado sugiriendo entrenar al futuro aniquilador de la Orden Jedi. Sin embargo, su fe en las profecías, a la que se había agarrado durante tantos años, no decayó, en especial después de su siguiente visión.
En ese momento, vio la máscara diabólica, sin embargo, su respiración no se oía, ya que era completamente opacada por otro sonido mucho peor. Un encapuchado, el mal puro, extremadamente poderoso, intentaba matar al último de los Jedi, solo para ver como el ser diabólico entregaba su vida para salvar a la Orden y destruir al Sith más poderoso y cruel que la galaxia jamás haya conocido. Qui-Gon no tenía ni pruebas ni dudas de que lo que veía era cierto. Anakin era el Elegido, pese a todos los inconvenientes que traería. Sin embargo, sus visiones del futuro no terminaron.
En ese momento, vio a un anciano, un anciano que pese a la diferencia de edad, conocería bien, era Obi-Wan, la misma persona que a pocos metros de distancia, pero en otra realidad, estaba esperando a que la puertas láser se abrieran. Obi-Wan en ese momento era un ermitaño, que vivía en una cabaña, quien estaba hablando con alguien, alguien que por supuesto, Qui-Gon reconocería: él mismo.
Y por si fuera poco, vio un lugar que le recordaba a algo, un lugar muy importante para él, Fuente de Vida. Sin embargo, esa vez, en ese planeta extraño, estaba Yoda, guiado por una voz que Qui-Gon también reconocía, su propia voz. En ese momento, Qui-Gon entonces recibió el mensaje que la Fuerza le había mostrado, la voluntad de la Fuerza en ese momento. Él debía morir en esa batalla, trascender, guiar al mismísimo Yoda, y más tarde a Obi-Wan para que adquirieran el mismo poder, y ayudar a que Anakin trajera balance a la Fuerza. Algo así.
Finalmente, para confirmar toda su suposición, la Fuerza le envió a Qui-Gon una última visión en la que aparecía Anakin Skywalker, ante la sonrisa de un joven que Qui-Gon sabía que era su hijo, brillar con una túnica, como un fantasma de la Fuerza, completando el camino del Elegido. Justo cuando esa visión terminó de poseer la mente de Qui-Gon Jinn, un sonido llegó a los oídos de Qui-Gon, proveniente de otra realidad.
Las puertas
se abrieron, Qui-Gon encendió su sable de luz, se levantó, y se dijo “Es el
momento” Era el momento de dejar fluir el destino que la Fuerza le marcaba, de
rendirse ante su voluntad, de dejar el camino libre a Anakin Skywalker, y de
guiar desde la Fuerza Cósmica a su antiguo maestro y a su aprendiz para que
ellos pudieran guiar al hijo del Elegido de la Fuerza, y para que el Elegido
restablecería el Balance en la Fuerza, exterminando el cáncer terminal que
suponían los Sith, aunque para ello, tuviera que caer en combate, si así la
Fuerza lo deseaba. Y así murió físicamente el último Jedi sabio que no se cegó
por las decisiones del Consejo Jedi y del Senado, y que decidió servir al
verdadero aliado de los Jedi: a la Fuerza.
Si os ha gustado este fan fiction, dejadmelo en los comentarios. Creo que es uno de mis mejores fan fictions, espero leer vuestra opinión. Un saludo, y que la Fuerza os acompañe.